El proceso psicoterapéutico desde la posición que para mí tiene sentido no promete la cura ni la felicidad y no se alía ni se acopla con la queja del paciente. Suspende la autocondescendencia y no ofrece un manual de instrucciones o conjunto de prescripciones para resolver ni extirpar el problema. En terapia no hay juicio ni consejo, sino escucha, respeto e interrogación. El encuentro terapéutico abre una pausa en el modo que la persona tiene para explicarse y justificarse a si misma, resquebrajando lo que ella creía ser (autoimagen). Genera cierta extrañeza e incomodidad y  ofrece la libertad y el soporte para ir siendo también aquello que desconocía ser, posibilitando así algo nuevo.

En este sentido desde mi punto de vista la psicoterapia, tiene como objeto favorecer un continuo de la conciencia, el darse cuenta y el insight, como herramienta para el desarrollo del autosoporte. Su interés está puesto al servicio de dilucidar, visibilizar y desenmascarar aspectos propios en los que no nos reconocemos, por no coincidir con la idea que tenemos de nosotros mismos. Esto conlleva ampliar y flexibilizar el “concepto de uno mismo”, nos lleva a desconocernos, cosa que en ocasiones puede resultar incómoda porque pasa por perturbar la propia autoimagen construida (aquello que creemos ser).

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Desde mi punto de vista la psicoterapia tiene que ser no moralizante, no puede ser un evangelio ni una guia para el bien. Su posición tiene que ser radicalmente ética en dos sentidos. Por un lado el terapeuta tiene diferentes compromisos éticos con el paciente (secreto profesional…), por otro, la posición o el para qué de la terapia se desarrolla sobre ésta. En ese sentido si alguien quiere hacer terapia para exculparse, blanquearse o desahogarse exclusivamente yo no accedería como terapeuta. La terapia no trabaja para el interés individualista, la tranquilidad y el estado de ánimo del paciente sino para su individuación y singularidad. Su sentido es explorar las propias trampas y manipulaciones aun cuando nos resultan perturbadoras.

La psicoterapia es no moralizante y rehúye del idealismo porque no empuja ni encumbra un modo particular de ser. El terapeuta no promueve ninguna conducta, pues estaría condicionando con su propio imaginario (gusto, estilo, preferencias) al paciente. Su posición es ética, pasa por atender lo secreto, lo subterráneo, lo que resulta indeseable, los propios infiernos, la sombra, nuestros diferentes costados.

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Para mi hacer terapia, y hablo como paciente, es un espacio fuera de las explicaciones y expectativas comunes y estereotipadas. El proceso se da a través y en el vínculo paciente/terapeuta. La escucha, el respeto y la aceptación que no pretende calmar ni tranquilizar, ni ser autocondescendiente son su marca. No hay un dispositivo de intervención para distintos tipos de problemas, tampoco conductas que se premien y castiguen. El proceso se lleva a cabo a través de la interrogación; ese es su modo.

En cuanto al tipo de intervención, a diferencia de otros marcos terapéuticos no me interesan los dispositivos particulares y diferenciados para cada diagnóstico, porque entre otras cosas no trabajo sobre ningún rótulo, sino con la persona, con cada persona. También porque no trabajo para derribar el síntoma, aunque muchas veces sucede que deja de estar, pero eso no es más que una consecuencia. Además lo relevante en terapia, más que la técnica o dispositivo utilizado (cada terapeuta y paciente utilizará aquellas que mejor le calcen) es el marco teórico que contiene, limita y da sentido al cómo y al para qué de la escucha y de la intervención.

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1) La terapia libera

Toparnos una y otra vez con lo que rechazamos, con nuestras excusas y expectativas ilusas y habitarlas sin condescendencia no es una liberación. No nos libra de nada, sino al contrario supone asumir radicalmente, de raíz, la propia responsabilidad y eso es doloroso, incómodo y también profundamente transformador y sí, paradójicamente liberador. En todo caso, creo que es al revés: el hecho de no librarnos (no victimizarnos), nos hace más libres. Es una paradoja. Por un lado, porque la angustia y el dolor no son extirpables. La psicoterapia no es ni quiere ser un exorcismo. Por otro, porque al volver a nosotros la responsabilidad que dejábamos en otros, podemos ir asumiendo la parte que sí nos corresponde protagonizar y ocupar. Esto no tiene que ver con creer que  la vida está gobernada por nuestra propia voluntad (expresada en el mantra “querer es poder”), ni tampoco con la idea de que la vida es nuestra propia obra de arte.

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He escrito estas entradas de blog desde mi posición de terapeuta y sobre todo desde la de paciente, consultante. He tratado de explicitar lo que es para mi la psicoterapia. Mi práctica se desarrolla sobre estas ideas y a su vez estas ideas explican mi experiencia tanto como paciente como terapeuta. Más que nada he tratado de llevar a cabo un ejercicio sincero y aclaratorio de lo que para mi es hoy la psicoterapia.

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