Para mi hacer terapia, y hablo como paciente, es un espacio fuera de las explicaciones y expectativas comunes y estereotipadas. El proceso se da a través y en el vínculo paciente/terapeuta. La escucha, el respeto y la aceptación que no pretende calmar ni tranquilizar, ni ser autocondescendiente son su marca. No hay un dispositivo de intervención para distintos tipos de problemas, tampoco conductas que se premien y castiguen. El proceso se lleva a cabo a través de la interrogación; ese es su modo.

En cuanto al tipo de intervención, a diferencia de otros marcos terapéuticos no me interesan los dispositivos particulares y diferenciados para cada diagnóstico, porque entre otras cosas no trabajo sobre ningún rótulo, sino con la persona, con cada persona. También porque no trabajo para derribar el síntoma, aunque muchas veces sucede que deja de estar, pero eso no es más que una consecuencia. Además lo relevante en terapia, más que la técnica o dispositivo utilizado (cada terapeuta y paciente utilizará aquellas que mejor le calcen) es el marco teórico que contiene, limita y da sentido al cómo y al para qué de la escucha y de la intervención.

Respecto al para que…

Al cómo….dispositivos, técnicas

                   La escucha/el tipo de escucha

                   Vinculo terapeútico

                   Duración

El terapeuta no promueve ninguna conducta, pues estaría condicionando con su propio imaginario (gusto, estilo, preferencias) al paciente. El trabajo promueve el continuo de conciencia (no un mejoramiento) el interrogante y la autosospecha, cuestiona ciertas certezas. Al caer ciertos supuestos (como por ejemplo los demás tienen que ser comprensivos conmigo….) la explicación o justificación que explicaba mi sufrimiento queda en el aire y necesariamente necesito resgnificar mi posición.

Por supuesto, como terapeuta tengo una gran responsabilidad. Mi labor es la de no interferir, ni dirigir a la vez que sí intervenir ahí donde es necesario discriminar, aclarar, poner palabras, correr velos, confrontar, señalar hechizos, falsas creencias, fallas cognitivas y de percepción.  Apoyar y permitir la expresión e integración de lo que quedó congelado, silenciado, disociado en la sombra. Señalar la inercia a la repetición para que pueda ampliarse el repertorio, las posibilidades y posibilitarse un nuevo despliegue. Se trata de pasar del soporte ambiental (esperar que el resto cambie) a desarrollar autosoporte/soporte interno, qué puede hacer uno mismo en lo que le corresponde. Esto no tiene que ver con una posición individualista, autosuficiente ni con someterme al otro sino con asumir y responsabilizarse de lo que efectivamente corresponde a uno como adulto con cierta autonomía.

No hay un plan, un temario en el sentido de saber de antemano qué vamos a hacer en una sesión. El desarrollo del proceso surge del encuentro contingente en la relación dialogal y es ahí donde se van desarrollando los temas que subyacen a la anécdota.

En cuanto a la manera de escuchar, la escucha psicoterapéutica que yo concibo es radicalmente diferente a lo que se entiende en general por profesional, tanto en el ámbito cotidiano, técnico y médico.

En general lo que se espera de cuando alguien nos escucha es que nos devuelva alguna conclusión, nos guíe, ayude, aconseje, resuelva… Todo ello puede estar muy bien por supuesto, para cuestiones técnicas que requieren de estrategias. Por ejemplo si llevo el coche al mecánico espero del experto una recomendación o la solución más sencilla y efectiva. Este modo es pertinente y necesario para muchísimas cuestiones porque responde a necesidades o problemas concretos con soluciones resolutivas. Pero, ¿y cuándo escuchamos los modos, las vivencias, las torsiones singulares y únicas de otro ser humano? En ese caso la escucha experta no tiene una repuesta de antemano. No hay una respuesta a un “mismo problema”.  Escuchar y escucharse, requiere de cierto vaciamiento y solo es posible, sin dar por hecho de antemano y sin ponerle al otro mi propia explicación de los hechos.

Me gusta como lo dice Anne Defourmantele: “Quedarse el máximo tiempo posible en esa postura insostenible que internamente le ordena a uno estar en espera…  Y no fiarse de ningún concepto prefabricado, predigerido. Estar lo más lejos que se pueda del pensamiento cuajado en posturas, en respuestas, en certezas y no obstante pensar”.

Escuchar implica abrirse a la experiencia del otro sin mapa ni destino y a la vez atender qué produce eso en mí. Supone estar en la cuerda floja, no saber, es un modo de equilibrismo, porque requiere de estar afuera y adentro a la vez. El terapeuta es afectado por lo que le sucede con el paciente, sirve de caja de resonancia, no es un simple receptor neutro al que no le pasa nada como si no tuviera sangre. No es un semidios, no está más allá de la experiencia y tampoco está atrapado en ella. Se deja afectar y muestra su afectación sin descargarse en el paciente. Lejos de ponerle al otro lo propio y de identificarse ciegamente, explicita cierta información que circula. Para ello es necesario estar plenamente despierto, escuchar lo que el paciente dice y silencia, escuchar el gesto, el detalle, la confusión, lo que queda en el aire o pegado al cuerpo del terapeuta. Por ejemplo el terapeuta puede decir; “ espera me estoy confundiendo, no entiendo”, “te escucho y me estoy poniendo triste, te pasa a ti también?…”  El terapeuta no interpreta, simplemente escucha atentamente sin buscar nada en concreto. Y es justo ahí donde puede emerger, donde se puede ver, dilucidar lo que estaba oculto. El terapeuta escucha aquello que para la mayoría es insignificante.

Otra cuestión importante es reconocer el límite de que como terapeuta (ni en otras posiciones) no podré ponerme en el lugar del otro totalmente. Hacer contacto, estar presente pasa por sentir con otro, y esto hay que diferenciarlo de sentir lo de el otro. Esta es una cuestión esencial, porque bajo esa ilusión o espejismo de ser uno con, se da una simplificación, una insensibilización, un reducir al otro a la propia experiencia y explicación. Se trata de preguntar, de no dar nada por hecho, de tratar de entender, de darme cuenta de cuando algo me afecta y como me afecta…

La herramienta y el soporte para ello es el vínculo terapéutico. Pero ¿Qué quiero decir con esto?  El proceso terapéutico se va dando en la medida que la persona que consulta puede ir nombrando la propia experiencia, expresando a través de la palabra aquello que le lleva a consultar y lo nuevo que va emergiendo. La terapia se va desplegando a través de este dialogo. La posición del terapeuta es de respeto, aceptación, apertura, receptividad. y sensibilidad. Pero esto no se puede confundir con que el terapeuta sea inocente, ni necesariamente dulce y menos un ángel. Creo que el aporte tiene más que ver con cierta lucidez, respeto, aceptación y crudeza amorosa. “… Pues el amor no es un nidito calentito… No, el amor es helado a veces…” dice Anne Dufourmantelle. Claro, para ello el marco terapéutico ofrece unas condiciones específicas que la diferencian de otro tipo de encuentros y conversaciones.

Los temas que se irán tratando no están determinadas de antemano. No hay una idea prefijada de lo qué es importante y no hablar, no hay a priori una jerarquía, no hay un plan. En terapia la persona puede hablar de aquello que en la calle, en la sociedad no se considera un problema pero para ella sí lo es. También de aquello que le da vergüenza por considerarlo inaceptable o una tontería. Me opongo a una jerarquización del sufrimiento en el terreno de la psicoterapia. Porque una cosa es que podamos reconocer que algo por lo que sufrimos es o no un hecho grave, y otra cosa es como lo viva la persona, en qué le afecta a ella. Esto último responde a otras cuestiones que son precisamente el objeto de la terapia. En ese sentido no hay jerarquía no hay tribunal, no hay juez ni un dictamen que diga cuales son los motivos por los que es lícito sufrir y por los que no. Ni un tiempo prefijado en el cual se valida el sufrimiento y a partir del cual ya no. El vínculo terapéutico no es solemne, pesado y aburrido. Está contenido por ciertas normas sí, entre ellas está desde mi punto de vista que el terapeuta no puede ser autoritario, controlador, disciplinador, punitivo ni puritano. Por supuesto, como terapeuta establezco el marco de trabajo en el sentido de para qué trabajo, mi compromiso ético, las normas básicas como el secreto profesional, la frecuencia de las sesiones, su duración, su coste…

En cuanto al tiempo que dura un proceso…

“La dialéctica es aceptar que las cosas “maduren”, es decir, que no lleguen “oportunamente”, que se sustraigan a la oportunidad del deseo, de la fantasía, cuya divisa es “inmediatamente”… 

                                                                                                                Barthes. El discurso amoroso.

                                                                           … no hay un protocolo, esto depende sobre todo de cuanto quiere profundizar una persona. Un tema no está resuelto o sin resolver, un tema tiene distintas octavas, distintos niveles de conciencia, de despliegue. El proceso terapéutico no es un taller de reparaciones. La vida para mi no es un problema a resolver, ni siquiera es un problema y esto no es una declaración idealista que pretende negar el sufrimiento y la angustia. Al contrario, me parece engañoso, no, peor aun, es una estafa, publicitar una vida que pueda ser sin angustia,  en total acuerdo con uno mismo. Algo así como un estado narcótico y descafeinado.

Tanto la idea de “la vida como una carrera de obstáculos” o “una guerra a ganar”, y su reversos; “la felicidad depende de lo que uno se esfuerce” o “déjate fluir la vida te lo traerá” forman parte del mismo imaginario. Considero que parten de la idea de que la vida o uno mismo, son algo una cosa a controlar. En ese contexto, algunas maneras de entender la psicoterapia se parecen a una especie de gimnasio para desarrollar músculo y artillería para hacer frente a la vida o transformarla en un paraíso. Autoestima, estrategias, empoderamiento, autocontrol, seguridad en uno mismo, asertividad… son algunas de los atributos que se persiguen y prometen desde algunos modos de psicoterapia. Algo así como, “si lo haces bien no te enfermarás, serás pleno, alcanzarás tus objetivos”. En definitiva una nueva religión que comercializa la felicidad y proclama un nuevo ideal, una vida asintomática y “plena” donde el desarrollo de tus capacidades te hará triunfar, libre de angustia y confusión, controlándolo todo.

Parece que el objetivo de estos enfoques muy extendidos no sólo en la psicoterapia tienen como objetivo que cuanto menos te afecte la vida mejor. Y para ello, para defenderse de la vida hay que entrenarse hay que desarrollar estrategias. Se persigue el poder, o dicho en la jerga “psi” el empoderamiento. Por mi parte no me interesa, la psicoterapia que pretende ser la institución de la corrección psicológica, de la asepsia, de la vida que es guiada únicamente con el esfuerzo de la voluntad. Me apasiona la terapia como espacio contingente esa es su potencia. Me gusta lo que dice Alexandra Kohan a partir de una frase de Lacan en Elogio del amor “ Y ese feliz de vivir no es vivir feliz, sino vivir un poco más consecuente con lo que uno cree que desea… Feliz de vivir es aceptar la fragilidad de vivir sin garantías”.

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