Desde mi punto de vista la psicoterapia tiene que ser no moralizante, no puede ser un evangelio ni una guia para el bien. Su posición tiene que ser radicalmente ética en dos sentidos. Por un lado el terapeuta tiene diferentes compromisos éticos con el paciente (secreto profesional…), por otro, la posición o el para qué de la terapia se desarrolla sobre ésta. En ese sentido si alguien quiere hacer terapia para exculparse, blanquearse o desahogarse exclusivamente yo no accedería como terapeuta. La terapia no trabaja para el interés individualista, la tranquilidad y el estado de ánimo del paciente sino para su individuación y singularidad. Su sentido es explorar las propias trampas y manipulaciones aun cuando nos resultan perturbadoras.

La psicoterapia es no moralizante y rehúye del idealismo porque no empuja ni encumbra un modo particular de ser. El terapeuta no promueve ninguna conducta, pues estaría condicionando con su propio imaginario (gusto, estilo, preferencias) al paciente. Su posición es ética, pasa por atender lo secreto, lo subterráneo, lo que resulta indeseable, los propios infiernos, la sombra, nuestros diferentes costados.

Al contrario de lo que se presupone, muchas veces la psicoterapia no es cómoda, o no, por lo menos, de la manera en la que sí lo es un spa. El terapeuta brinda una escucha atenta, abierta, vaciada de supuestos. Lejos del oportunismo individualista, de la autocondescendencia, o de lo que a uno le “conviene”, devuelve a la persona la responsabilidad por la propia implicación. Esto no quiere decir que el terapeuta exija o empuje al paciente, sino que no puede ahorrarle al paciente lo difícil del proceso. En ese sentido, el terapeuta no se alía con la evitación, ni con los intentos de  esquivar lo propio o de expulsar la propia responsabilidad al otro. Acompaña con máximo respeto y aceptación y acoge al paciente en ese explorarse por territorios extraños. Así, podríamos decir que la psicoterapia es un espacio donde nos sentimos cómodos y cuidados para lo incómodo. En terapia como pacientes solemos decir cosas con las que no nos reconocemos, nos suenan feas y solo o casi las podemos decir en terapia. No porque nos empeñemos sino porque en ocasiones sucede así. La psicoterapia nos acoge en ese ser extraños a nosotros mismos.  El terapeuta no guía, no adoctrina ni ayuda, sino apoya el contacto, confronta, aclara, discrimina… respetuosamente. Su plan no es cambiar, dirigir, derribar nada sino no aliarse con excusas, justificaciones… No sostiene ni se pelea con viejas hipótesis o explicaciones distorsionadas. Las señala sin alimentarlas ni exigir un cambio. El terapeuta es activo y no directivo. Respetuoso y no condescendiente. No responde a la demanda de “adaptar correctamente” a la persona al entorno. Tampoco a derribar el síntoma.

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