1) La terapia libera
Toparnos una y otra vez con lo que rechazamos, con nuestras excusas y expectativas ilusas y habitarlas sin condescendencia no es una liberación. No nos libra de nada, sino al contrario supone asumir radicalmente, de raíz, la propia responsabilidad y eso es doloroso, incómodo y también profundamente transformador y sí, paradójicamente liberador. En todo caso, creo que es al revés: el hecho de no librarnos (no victimizarnos), nos hace más libres. Es una paradoja. Por un lado, porque la angustia y el dolor no son extirpables. La psicoterapia no es ni quiere ser un exorcismo. Por otro, porque al volver a nosotros la responsabilidad que dejábamos en otros, podemos ir asumiendo la parte que sí nos corresponde protagonizar y ocupar. Esto no tiene que ver con creer que la vida está gobernada por nuestra propia voluntad (expresada en el mantra “querer es poder”), ni tampoco con la idea de que la vida es nuestra propia obra de arte.
2) Te da las riendas de tu vida, el control te hace autosuficiente
Ser protagonistas no nos convierte en dueños, no nos da el poder de moldear la vida a nuestro antojo. Lo que si está a nuestro alcance (y es para lo que trabajamos en terapia, entre otras cosas) es para cuestionar y descubrir cuál sí es la propia parte, la propia implicación o qué nos sucede con lo que sea que consideremos la causa de nuestro sufrimiento. De alguna manera, se trata de ir más allá de la queja, del “me hacen o no me dejan”, e interrogarnos sobre qué es lo que nos impide lo que sea. Cuál es nuestra piedra en el zapato.
El hecho es que ciertas certezas se desdibujan. En este sentido el proceso no tiene que ver con alcanzar un punto fijo, sino con un proceso espiralado, de continúa interrogación y duda. Lejos de la autocomplacencia, de tener algo claro y de la ilusión de creer que por fin uno se conoce a sí mismo.
Busca pasar del soporte ambiental al soporte interno o autosoporte. Dicho de otro modo, pretende pasar de la expectativa de que el otro cambie, me apoye o me acepte, a ser uno mismo soporte para si. Con ello por supuesto no me refiero a una posición individualista, desapegada, superpoderosa que se cree autosuficiente y niega la fragilidad, que cree que la vida está en manos de uno mismo, como si uno fuera su creador, Dios de su propia vida. No me refiero a este nuevo tipo de religión. Sino a asumir torpemente el riesgo de ser soporte para la propia voz. Sospechar del victimismo, la culpabilización o la exigencia velada hacia el otro y asumir radicalmente la responsabilidad de la propia libertad que por supuesto es con otros. No es ni justificar al otro ni a uno mismo, no es creerse dueño de la propia vida ni evadirse y dejarse fluir. Es diferenciarse del otro a la vez que soy con otros, soy entramada.
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