Una conversación sobre Mixtura con Antton Iturbe

A: ¿De dónde surge este proyecto?

K: Ha sido muy largo. Empecé como terapeuta muy jovencita, llevo 21 años, pero lo del centro y el deseo de trabajar en equipo, me empezó a aparecer hace unos 13 años.  En 2002, al poco de llegar de Buenos Aires y de que mi terapeuta de allí me animara a empezar a atender, Mariasun Albsiua me dejó utilizar su espacio, fue súper generosa y así empecé. En ese tiempo además trabajaba como educadora en un centro para menores con trastorno mental, fue muy intenso e importante para mí. Después me hice ama, mi tiempo y disposición para el trabajo ha ido de la mano de mi maternidad. Ahora es otro momento, los hijos van creciendo y mi energía para otros proyectos también. El deseo de coordinar un espacio de intercambio y aprendizaje con otros profesionales ha ido tomando cuerpo en lo que es Mixtura. En estos últimos años he ido invitando a diferentes terapeutas con las que siento afinidad en el modo de entender la psicoterapia a tomar parte del equipo. Ahora somos cuatro; Aitziber, Lorena Itziar y yo. Mi labor es dar coherencia, sentido, cuidar de que las bases de lo que en estos años he ido aprendiendo y desarrollando estén presente a la vez que esté vivo abierto a lo nuevo. Me encanta como cada una aportamos algo que la otra no puede aportar y entre todas sale otra cosa, es esto de que “la totalidad es más que la suma de las partes”.

A: ¿Cómo va a funcionar en un espacio tan amplio como este?

K: El espacio da mucho juego, estoy muy contenta. Tiene dos entradas diferentes una para los grupos que da hacia la placita y la individual que da hacia el río. Es muy importante preservar la intimidad sobre todo del espacio individual. Son dos espacios diferenciados y conectados a la vez. 

Por otro lado, el espacio grande está pensado para  el trabajo con grupos, terapia grupal, supervisión grupal para profesionales, grupos de trabajo corporal, grupos de psicoestimulación para personas mayores…me gustaría que fuera un espacio que brinde la posibilidad del aprendizaje en red.  El resto de las habitaciones están orientadas a terapia individual, me parece indispensable el espacio íntimo de a dos. 

A: Y el nombre de Mixtura, ¿qué relación tiene con todo esto?

K: Lo tomé de un filósofo italiano (Emanuele Coccia) que dice algo así o yo he deducido de sus palabras que lo que hace que las cosas adquieran valor es el hecho de que se intercambien y no que las cosas se intercambian porque tienen un valor. De eso va mixtura, del valor del intercambio y más, de la imperiosa necesidad del intercambio, del mestizaje en todos los planos, de mezclar lo que aparentemente no se puede mezclar. Es evidente que somos una red, sentir en las tripas la potencia del intercambio como ahora mismo en esta conversación me parece brutal.  Mixtura pretende ser un lugar de intercambio, de mezcla. Me gustaría que el espacio físico genere la posibilidad de hacer red, pensar con otros y aprender con otros. Mezclar Goxotasuna y rigor. Singularidad y red. La terapia en sí para mí es un proceso de Mixtura, ¿cómo se encuentra dentro de nosotros lo aparentemente contradictorio? Solidez y ternura, libertad y encuentro, seriedad y creatividad… de eso va en gran medida. De poner una “y” donde hasta ahora ponemos una “o”, de la riqueza de la paradoja, de cómo se encuentran las diferencias…

A: Lo que ocurre es que admitir esas contradicciones puede resultar muy incómodo, incluso llega a dar un poco de miedo. A veces, da la sensación de que echamos de menos las explicaciones claras y diáfanas de la religión. Es innegable que proporciona una seguridad que puede resultar muy reconfortante, a pesar del sufrimiento que genera en otros momentos y en otros aspectos.

K: Sí claro, lo complejo lo sentimos como contradictorio. Los patrones, los moldes que nos constituyen nos dicen que por ejemplo o somos libres o afectuosos. Nuestro modo de sentir habitual es excluyendo. Si te fijas, ni siquiera tenemos palabras que contengan ambas en simultáneo. Sentimos unicolor. Sentir de un modo más complejo nos da la sensación de perder claridad, no tenemos imágenes de personas libres y afectuosas y eso nos da miedo, nos descoloca, nos jaquea nuestro sistema emocional..

De la misma manera la búsqueda de explicaciones absolutas nos da la sensación de claridad. Aunque si lo pensamos en serio es una locura, porque lo absoluto en sí mismo es un delirio. Es evidente que la realidad no es en blanco y negro. Como hablábamos uno de estos días, dar todo el poder a alguien externo, creer que existe ese alguien que lo sabe todo o tiene la culpa de todo es algo que te libra de la responsabilidad, te calma y también adormece. Es un patrón humano que nos atraviesa a todos de una u otra manera. No lo digo como crítica, sino como algo que opera así en la mayoría de nosotros y a lo que es necesario estar atentos.

A: Es como si no fuéramos capaces de llegar a ser verdaderamente adultos (autónomos en nuestro pensamiento y responsabilidad individual) nunca. De hecho, la propia sociedad actual nos empuja a seguir siendo niños, en el peor de los sentidos.

K: No sé si es tanto la sociedad como el hecho de que hay una parte nuestra que anhela ser salvados. Tiene que ver con el patrón que hablábamos. Es lo mismo trasladar este súper poder a Dios o a la última cura milagrosa en internet.

A: Ocurre algo similar con la figura del “super malo”. Pienso en esa especie de elites mundiales que, a menudo, imaginamos que lo controlan todo y que son los malos de la película y los responsables de todo lo que te pasa. Esa visión te libra de cualquier responsabilidad y en especial, de cualquier culpabilidad, y es muy cómoda.

K: Jung decía que la culpa del mal en el mundo es de los buenos porque los buenos no queremos asumir nuestra maldad. Yo creo que nada más peligroso que creerse la encarnación del bien, no sospechar de uno mismo. El camino al infierno está lleno de buenas intenciones se dice y yo creo que sí. Fíjate en “te lo digo por tu bien”, es horrible. Todas las barbaridades de la humanidad se han hecho en nombre del bien. (La inquisición, la segunda guerra mundial…). 

A: Y las habrá siempre. La utopía de un mundo perfecto, sin sombras, es imposible. No podemos aspirar a un mundo justo, equilibrado, responsable y totalmente libre al mismo tiempo.

K: Y ¿Cómo sería un mundo perfecto y justo?, ¿Qué queremos decir con eso? Me parece que pensamos en el paraíso y claro después necesariamente nos tenemos que caer de él. No hay otra.  Es necesario diferenciar la desilusión y el dolor.  El dolor es inherente a la vida, todos atravesamos situaciones complejas, pérdidas que, aunque desde un punto de vista son absolutamente necesarias y renovadoras desde otro lugar son tremendamente dolorosas. El dolor cuando es atendido con paciencia y dulzura nos abre, nos humaniza, nos descongela. Otra cosa muy distinta es la desilusión. Ésta proviene de una ilusión o fantasía que seguro en algún momento va a pinchar, cuando decimos “qué desilusión o me has desilusionado” no nos damos cuenta de que el problema es que un rato antes nos habíamos ilusionado, imaginado …ese es el problema.

El tema es que los malentendidos en las relaciones son estructurales, no son un fallo de Antton o Karmele, a todos nos pasa. Me parece que pretendemos dejar afuera el inconsciente, lo que desconocemos y nos perturba y no nos damos cuenta de que todos construimos al otro y los otros nos construyen. Quiero decir: tenemos expectativas y demandas imposibles de satisfacer … Todo esto es doloroso para lo que llamamos yo, que quiere preservar su identidad “su razón”, salirse con la suya. Si somos sinceros podemos sentir la angustia que nos produce que las cosas no sean como nos gustaría, asumir que el dolor es parte, que es inevitable, que la vida no es Disney. Es un poco como si compartiéramos el delirio de que si la peli cambiase seriamos todos felices y no que nosotros somos la peli. De hecho, en un punto todos creemos que son lo demás, la sociedad…. lo que tiene que cambiar. Es extraño ¿no? pero es así.

A: Esto me recuerda a ese concepto que te he oído comentar de las diferentes pulsiones que nos recorren y nos mueven a pensar y sentir a cada uno de nosotros. Tú dices ciertas cosas, con unos gestos determinados, basado en unas vivencias, perspectivas y sensaciones totalmente personales. Lo sueltas al aire y otros lo captan desde su molde que puede ser completamente diferente y hacer con esa información cosas que tu no imaginas.

K: por eso creo que hay aprendizajes que solo podemos hacerlos en grupo. Nos necesitamos para aprender, y si el conflicto viene (que vendrá), lo podemos utilizar para investigar e ir descubriendo qué me pasa con lo que el otro interpreta de mí y viceversa. Para esto necesitamos estar dispuestos a hacer descubrimientos incómodos, de los que no confirman nuestros prejuicios. Necesitamos mucha paciencia, mucha comunicación y aclaración, darnos tiempo para digerir, en definitiva, mucho amor.

A:  Cierto, y eso puede ser incluso doloroso. Recuerdo momentos en terapia de verme forzado a explicar cómo me sentía. De tener incluso que cerrar los ojos para poder concentrarme, visualizar el momento en que me he sentido de una manera determinada y tratar de revivirlo para ser capaz de relatarlo. Es muy duro. También, es cierto que había momentos de confusión absoluta, en los que no tenías ni idea hacia dónde ibas, pero de repente, adquirían una claridad increíble. 

K: Exacto, pero es otra claridad. Es la claridad de después de pasar por ese proceso. No es la claridad simple de querer ordenar las cositas al modo conocido. Es la claridad que da la buena pregunta (la que te cuesta hacerte a ti mismo), la que te pone contra la espada y la pared, a la que no puedes responder como haces siempre, no la de las cosas que se dan por hechas sin antes dudar y animarse a estar confundido sin haberlas analizado. 

A: Se trata de sacar a la luz esos miedos.

K: Eso es, se van transparentando y van apareciendo preguntas más claras como por ejemplo ¿Y si te echan qué te pasa?

A: Ahí estás. Esa es la pregunta. ¿Qué es lo peor que puede pasar? A veces mi terapeuta me preguntaba eso mismo y me quedaba sin argumentos, y es algo que termina siendo realmente liberador.

K: Que interesante lo que dices Antton. En los textos hablo de esto, no liberarse, no librarse de las preguntas incómodas, por ejemplo, o de asumir los propios miedos es liberador. Porque No se trata de que no te tenga que pasar nada, de dejarte fluir y ese tipo de conceptos. Se trata de dar espacio a lo que te va sucediendo.  Ahí se aclara algo muy valioso a través de ir haciendo contacto. No es porque alguien te alivie diciéndote que “no pasa nada” y “¿qué más da lo que piensen los demás?” En realidad, todas esas frases hechas para “ayudar” son veladamente muy exigentes, de alguna manera le decimos al otro lo que tiene y no que importarle y no hay una verdadera escucha. Los asuntos que nos angustian son humanos, a todos nos atraviesan. ¿Cuánta de esa angustia podemos alojar sin tratar de apagar, acallar, ni moralizar?

A: Son precisamente esos conceptos de sanadora y de la que arregla los que te quitas de encima en tus textos, eres, de algún modo, todo lo contrario.

K: Me interesa el lío en sí, las preguntas. Arreglar qué y con relación a qué modelo. Cada uno de nosotros somos una mezcla, una mixtura compleja. Fíjate que todos estamos hechos de lo mismo y a la vez somos absolutamente específicos. Es como en música, siete notas dan una variedad infinita.

Somos una música particular pero que por muchos motivos cree y quiere ser otra. Por eso necesitamos de la vida de diferentes experiencias y vínculos para ir ampliando, incluyendo nuevos aspectos y dejando atrás otros. Suena bonito, pero a veces es terrible lo que experimentamos.  Acercar esas distancias internas entre lo que creíamos y lo que la vida nos va trayendo es parte del trabajo en psicoterapia. Vivir es un poco ir muriendo a un montón de imágenes y creencias de nosotros mismos. El proceso de formación en el que estoy en la escuela Casa XI está siendo esto.

A: Siguiendo ese mismo esquema de hacernos preguntas, de buscar esa cierta incomodidad, en todos estos años se me ocurre pensar que has debido tener un montón de discusiones y desencuentros y también de descubrimientos personales que te han ido formando.

K: No sabría decir hasta qué punto he construido algo durante estos años. Lo que sí me ha pasado, y es una especie de constante en mi vida en diferentes ámbitos es la sensación de que la realidad no es lo que parece. No en el sentido de que me han engañado, sino que el autoengaño es parte de lo que somos. 

A: Está claro que has ido haciendo tu propio camino en todo esto.

K: Yo quería estudiar IVEF, fíjate. Era muy veloz, muy hábil y buena en deportes. IVEF era lo máximo para mí, lo tenía clarísimo. Pero después, tuve un tema en la columna y me pusieron un corsé durante unos años. Inmediatamente pensé que ya no podía estudiar IVEF, y realmente no sé por qué lo pensé. Recuerdo que una profesora psicoanalista me lo preguntó una vez y cuando le conté mi razonamiento, me contestó que podía haber estudiado perfectamente si hubiera querido. No fue por eso por lo que no estudiaste, me dijo, ahí me dí cuenta que fue gracias a eso que me desvié de lo que en ese momento creía ser. O, gracias a eso me encontré en con un nivel, una cualidad mía con la que hasta ese momento no estaba conectada. 

A: Y de ahí pasaste a vivir unos años en Argentina que te marcaron mucho. ¿cierto?

K: Sí, al poco tiempo me surgió la oportunidad de ir a Buenos Aires. Todavía me quedaba año y medio de carrera, y me llevé los apuntes (en aquellos tiempos en una mochila llena de papeles) y estudiando allí y examinándome aquí terminé la carrera. Lo académico se me hizo súper ligero, allí me sumergí en una experiencia muy diferente. Estuve todo el primer año haciendo trabajo corporal y de improvisación, con artistas, con gente de teatro, mucho más que con psicólogos. 

Después el segundo año conseguí un permiso de la UPV para justificar las prácticas desde Buenos Aires. Estuve todo el año de prácticas en el hospital de San Isidro por la Universidad de Buenos Aires.. Fué increíble, algo así como un erasmus por libre y el mejor de los másteres. Se me dieron mil cruces y coincidencias de personas alucinantes, como si estuvieran calculadas. Empecé mi primer proceso de terapia y también mi formación en gestalt.

Y como se suele decir…el resto es historia…